José María de Pereda Griegos y troyanos En esto apareció el enemigo por la ancha calleja por donde había venido Cabra. Era una muchedumbre de hombres y mujeres: como una romería que se trasladara de un punto a otro. Provocación como ella no se conocía en la historia del odio ¡tradicional entre ambos pueblos. Uno a uno, tres a tres, ocho a ocho, hasta doce a doce, se habían pegado infinidad de veces los de Rinconeda con los de Cumbrales, allí, en Rinconeda y en todas las romerías en que se hablan encontrado, porque eso era de necesidad; pero invadir un pueblo entero al otro pueblo, con premeditación y a sangre fría, pasaba con mucho la raya de todas las previsiones. Venían delante una ringlera de mozas, dos de ellas con panderetas, y traían en medio a Chiscón con ramos en el sombrero y en los ojales de la chaqueta, y un gran lazo de cintas en la pechera de la camisa. Parecía un buey destinado al sacrificio en el ara de un dios pagano. Esto ya era dato para creer que la función era de desagravio, y en honor del Hércules de Rinconeda. El cual traía un palo, de los de pegar, debajo del brazo: otro dato; y también lo era el verse algunos garrotes más entre la turba, toda de gente moza, que seguía a la primera fila. Si esto no era venir en son de guerra, dijéralo el más lerdo. Pero se notó que abundaban mucho las mujeres en aquella tropa y no todos los hombres eran igualmente temibles; se echó una ojeada al corro de bolos y al campo de la iglesia, y se vio que, llegado el caso, podía librarse la batalla con buen éxito. Por supuesto que las mozas de Cumbrales, al ver la actitud provocativa de las de Rinconeda, no acababan de hacerse cruces con los dedos. "¡Mosconazas!... ¡Tarasconas!..." ¡Cómo las ponían entre cruz y cruz! Pero lo que acabó de elevar la indignación a su colmo fue ver al Sevillano entre los invasores... Con ellos venía el Qppas, el don Julián de Cumbrales!